La confluencia y simultaneidad de épocas o tiempos en el espacio del territorio hace referencia a cómo diferentes épocas, procesos históricos, culturas y dinámicas sociales coexisten y convergen en un mismo lugar físico, generando una complejidad en la forma en que entendemos, planificamos y habitamos el territorio. En el análisis del territorio, esta simultaneidad puede observarse desde diferentes perspectivas Cartagena de Indias, con toda su riqueza histórica y potencial humano, ilustra vívidamente cómo una ciudad puede quedar atrapada en la superposición desarticulada de múltiples tiempos. Culturalmente anclada en el pasado, socialmente lastrada por viejas desigualdades, ecológicamente vulnerable por descuidos prolongados, institucionalmente lenta e inestable, y económicamente avanzada pero excluyente, viviendo la ciudad en una suerte de esquizofrenia temporal, dejando cada época histórica capas que subsisten en el presente, que no se han fusionado en una visión compartida de futuro. Desde una perspectiva filosófica y antropológica, podría decirse que Cartagena sufre lo que algunos teóricos llaman “heterocronía”: la coexistencia de diversas temporalidades que no comparten el mismo horizonte de expectativas. En la práctica, esto significa que no ha habido un proyecto territorial integrador capaz de sincronizar los ritmos dispares en un desarrollo armónico, con lo cultural, lo social, lo ecológico-ambiental y lo institucional. Superar este estancamiento exige, antes que nada, reconocer estas asincronías como el problema central. Un diagnóstico honesto implica admitir que no basta con crecer económicamente si el tejido social se desgarra, o que de poco sirve la exaltación del patrimonio histórico si se olvida la inclusión de quienes lo habitaban originalmente (Getsemaní y Centro Histórico), expulsando el patrimonio cultural (inmaterial) de esa comunidad. Las políticas públicas, la academia, el sector privado y la sociedad civil deberán converger en un esfuerzo por articular los tiempos: planear el desarrollo económico en sintonía con las metas sociales (por ejemplo, fomentando empleos dignos y reduciendo la exclusión), encauzar la urbanización dentro de los límites ambientales (protegiendo las zonas ecológicas críticas y reubicando responsablemente a las poblaciones en riesgo), aprovechar el acervo cultural no sólo como recurso turístico sino como eje de identidad y educación ciudadana, y fortalecer las instituciones para que trasciendan los ciclos políticos cortos y piensen en las próximas generaciones.

En otras palabras, se debe “aprovechar la coyuntura actual” de prosperidad para diseñar políticas que disminuyan la exclusión social y preparen mejor a la ciudad para enfrentar amenazas como el cambio climático. Es decir, alinear el tiempo inmediato con el tiempo de largo plazo. La sincronización de los diferentes tiempos de Cartagena no ocurrirá de la noche a la mañana. Requerirá una visión de futuro que incorpore las lecciones del pasado y las urgencias del presente, un verdadero pacto social-territorial donde todos los sectores acuerden una ruta común. Esto implica diálogo entre las “épocas”: que lo ancestral converse con lo moderno, que lo popular sea escuchado por lo institucional, que lo ambiental modere a lo económico, y viceversa. La filosofía urbana nos enseña que las ciudades exitosas son aquellas que logran una cierta unidad en la diversidad temporal, donde el progreso tecnológico coexiste con la justicia social y la memoria histórica con la innovación. Cartagena, “La Heroica”, ha demostrado resiliencia a lo largo de siglos; esa resiliencia debe ahora canalizarse para liberarla de la cárcel de los tiempos dispares. Sólo cuando cultural, social, ecología, instituciones y economía dejen de jalonar en direcciones opuestas y entren en compás, podrá la ciudad emprender un camino de desarrollo verdaderamente colectivo y sostenible, honrando su rico pasado, pero, sobre todo, construyendo un futuro compartido para todos sus habitantes. Ya sabemos de sobra, que los tiempos no avanzan al mismo ritmo. Los tiempos diferenciales dentro del territorio reflejan cómo distintos procesos y actores interactúan de manera asincrónica, avanzando a ritmos diversos debido a factores sociales, institucionales, culturales y ambientales. Estos tiempos no solo responden a diferencias en la población o la institucionalidad, sino a una combinación de elementos que estructuran el territorio. Cada grupo social tiene su propio ritmo de desarrollo y transformación, influenciado por tradiciones, creencias y acceso a recursos. Por ejemplo, mientras una comunidad indígena puede estar enraizada en prácticas milenarias, una población urbana cercana puede estar inmersa en dinámicas globalizadas. Ejemplo: En un mismo territorio, un campesino puede priorizar el ritmo agrícola cíclico, mientras un empresario urbano sigue los ritmos acelerados del mercado global.


La comprensión de esta asincronía y confluencia es fundamental para diseñar políticas y planes que reconozcan y respeten la coexistencia de tiempos y dinámicas. El desarrollo sostenible y equitativo exige considerar estas múltiples temporalidades y su impacto sobre el espacio. Las instituciones suelen operar a ritmos más lentos debido a la burocracia, los procesos de planificación y los requisitos legales. Esto contrasta con la rapidez de las transformaciones sociales, económicas o tecnológicas que ocurren en el territorio. Ejemplo: Un plan de ordenamiento territorial puede tomar años en ser formulado e implementado, mientras la expansión informal de la ciudad ocurre de manera espontánea y acelerada. Muchas instituciones diseñan políticas y proyectos sin considerar los ritmos de vida y las prioridades de las comunidades locales, generando tensiones entre lo planificado y lo vivido. Los ciclos políticos (por ejemplo, los períodos de gobierno de 4 años) introducen dinámicas cortoplacistas que no necesariamente coinciden con las necesidades de largo plazo del territorio. Esto genera interrupciones en proyectos estratégicos. Los ritmos naturales, como la regeneración de ecosistemas, los ciclos hidrológicos o los patrones de cambio climático, operan en escalas temporales largas y, en muchos casos, son ignorados por las políticas públicas o los proyectos de desarrollo. Ejemplo: La reforestación de un bioma puede tardar décadas, mientras que una urbanización que destruye ese espacio puede ocurrir en meses. Los procesos globales, como las inversiones extranjeras, el comercio internacional o la implementación de tecnología, suelen moverse a un ritmo acelerado, impactando economías locales que operan en tiempos más lentos. Ejemplo: La llegada de grandes empresas al territorio puede generar un choque con las economías rurales tradicionales que siguen ritmos propios. Los grupos sociales y las instituciones con mayor poder imponen sus tiempos, mientras que los sectores marginados o vulnerables quedan rezagados. Ejemplo: Las grandes obras de infraestructura pueden desplazar comunidades que no tienen la capacidad de adaptarse al ritmo del desarrollo impuesto. En territorios con fuertes desigualdades, las zonas más ricas o urbanizadas avanzan más rápido que las rurales o periféricas, perpetuando las brechas de desarrollo. La incorporación de tecnologías avanzadas acelera los tiempos en ciertos sectores o territorios, mientras otros permanecen excluidos. Los tiempos diferenciales son una característica intrínseca del territorio y resultan de la interacción entre población, institucionalidad, economía, cultura y medio ambiente. No es exclusivo de un solo actor, sino de la relación asimétrica entre estos elementos. La planificación territorial debe reconocer y gestionar estas diferencias, promoviendo mecanismos para armonizar los tiempos y garantizar que los procesos más lentos (como los comunitarios o ecológicos) no sean desplazados por los más rápidos (como los económicos o políticos). Finalmente todo lo malo y lo erróneo se revierte. * Doctorado en Derecho y Ciencias Políticas; magíster en Urbanismo y Desarrollo Territorial y en Derecho Ambiental, Territorial y Urbanístico. Especialista en Derecho Laboral y Seguridad Social. Presidente Nacional de la Sociedad Colombiana de Urbanistas y miembro del Consejo Consultivo de Ordenamiento Territorial de Cartagena.
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